Un día de 1908, laureles, lirios y azucenas, rodearon la hermosa cuna del infante Salvador Allende Gossens. Un suave perfume a flores silvestres, penetró desde la ciudad de Valparaiso en Chile, a toda la America criolla, propiedad de los indígenas de siempre, recordando que esa nación es de los perseguidos y atropellados “Mapuches”. Su luz venía alta de la cúspide roja en la escarlata galáctica. Angeles y serafines rodearon el hogar del recien nacido. Maestros del infinito, arribaron a la tierra para homenajear al niño, que con su seria sonrisa, hizo disfrutar y extremecer a una familia, con sus primeros cambios y un bello sol a cuestas. Rosas rojas invadieron su habitación y pétalos dorados amarillentos por el oro de su encanto con su fragancia, cobijaron las sábanas que cubrian el cuerpecito del clavel. Su madre dijo ver mariposas aterciopeladas en el espacio del país, que guardó silencio del asombro. Vibraciones de rocio, trasladaron su humedad desde el Polo Sur, para refrescar y animar la piel amurallada, de quien traía un manantial de cristales sonrozados. Desde ese momento su señorío, lanzó amorios a quienes estaban pisoteados por los injustos que se apoderaron sin escritura del planeta de las contradicciones. Llegó al mundo cargado de ilusiones sanadoras con un taller de instrumentos quirúrgicos y de un material por encima del cobre de la disputa de su suelo.
Se inclinó por la medicina para calmar la sed de justicia de su amado pueblo. Muy temprano comprendió que los malvados tenían en la miseria y en la pobreza a su gente y a todos en la ruina de las ambiciones. El planeta azufrado había vomitado desde una oscura galaxia, a un demonio que durmió 9 meses en vientre prostituto y nauseabundo de las alcantarillas. La maldita sabandija logró en lo oculto de la noche, esconderse con ropajes disfrazado de lo excelso. Dentro de las cenizas putrefactas, un volcan de muerte, lanzó al aire de los contaminados y desocupados vampiros, a un tal Augusto Pinochet Ugarte. El y sus secuaces uniformados, fueron preparados bajo la sombra barbaril y cruel de quienes no hacen parte del verdadero norte. El 11 de Septiembre de 1973, los dioses del olimpo se alinearon para recibir el cuerpo inerte del líder asesinado, que había caido por las balas tóxicas de los cobardes y por quienes para aparentar masculinidad en Santiago, llevaban dentro de su doble vida y debilidad: Una bota militar, que los hizo lanzar en el pasado reciente, bombas sobre ciudades indefensas y que hoy esos mismos lloran en soledad enfermiza con sus monstruos protagonistas.
Arcángeles y querubines en coro, cantaron al universo y abrieron la puerta eterna de la justicia, al ver llegar a quien en la tierra había iniciado la dosis de amor e igualdad entre los oprimidos de una parte del sur de la esfera con matorrales. El cielo abrió su compuerta para recibir el alma del masacrado y junto a él a otros y otras, que llegaban con guitarras, delantales, azadones, libros, palas, tizas, estrados, tarimas, lápices, borradores, cuadernos, tableros, escritorios, ladrillos, plantas, laboratorios, verduras, hortalizas, tomates, duraznos, manzanas y pizarras. La tierra se oscureció hasta el horizonte, mientras los tanques y los rifles demolían demencialmente las paredes de los cuerpos y edificios. Los cascos de los salvajes arremetíeron contra la vida y destruyeron la misma especie. Los cadaveres de los escogidos estaban esparcidos por las calles y oficinas, como naipes y barajas de brujas. El desespero fue total con su penumbra. Ningún gobernante de las Americas, gritó a favor de los indefensos. Las campanas de los complices sonaban al unísono invitando al cementerio. Siluetas de hombres corrompidos con sotanas iguales a engendros malignos, bendecían a los sicarios, psicópatas y mal nacidos, que heredaron con ellos la plaga del destierro.
Con cruces y rezos de la caverna infernal, echaban agua en forma de rito sobre el material de los uniformes y vehículos de los desnaturalizados protagonistas del genocidio. Arriba en las Alturas y sobre una mesa de oro puro y base de nacar fosforescente, se leyó un decreto de santidad eterna en la persona de Salvador Allende Gossens y de cada uno de sus seguidores asesinados en esos días que duró largos años. Uno de los arcanos maestro de la ceremonia, maldijo para siempre a la guarida de Augusto Pinochet Ugarte, a sus descendientes bastardos y a cada una de sus generaciones y la de sus compinches incluyendo a los actuales varones y mujeres que usan el verde olivo en sus falsos trajes con sus ruines escudos que ponen como señal de quienes ya están muertos en vida y que juntos llegarán al mismo lugar que hoy ocupa en la oscuridad un tal Pinochet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario