Cuando observamos la variedad de colores en la piel de los mortales terrícolas humanos, elevamos nuestros ojos, brazos y manos al cielo de Dios, para exclamar con acción de gracias, lo esbelto y diáfano de la creación. Si todos tuviéramos el mismo color de nuestros rasgos físicos, sería no sólo aburridor el panorama terráqueo sino un desencanto con desastre. En cuestión de piel: “El color no es el sabor” ni el mito o tamaño hace la temperatura. El talento y la capacidad para desarrollar la inteligencia y la creatividad e innovación del varón o la mujer, en nada tiene que ver con el color de la piel. Los animales que ven y palpan los sentidos de la raza humana y que por equivocación los hemos llamado “irracionales’, ofrecen un surtido de colores que adornan y alegran el paisaje del planeta y obligan al ser que está de paso por el sistema, a contemplar la naturaleza y lo creado con sus mil colores y formas.
Cada individuo de la especie humana debe sentir que su color es único e irrepetible sin creer o pensar que tiene el mejor ejemplar entre todos. Cada uno de los matices hace la maravilla más ninguna como iguales es la necesaria. Todos hacemos parte del todo. Lo único que hace la diferencia es lo intangible. Este para algunos se convierte en misterio soluciona-ble. Cuando las ideas y proyectos surgen para elevar la conciencia y el bienestar de todos con iguales oportunidades, el color pasa a un séptimo plano. La raza humana está expuesta a enfermedades, calamidades, desgracias, transformaciones y éxito sin importar el color de la piel. Aunque la piel protege todos los órganos del cuerpo no así su color. El cáncer, sida y la misma muerte nos llega a todos y a todas por igual. Sólo usando cambio en el color del cajón del difunto que se va, hace la curva y aún hasta adorna la partida.
Como si se tratara de una aparente contradicción no así se debe dar al usar el color de la ropa. La juventud que empieza a los 0 años y que puede extenderse hasta los 25 de edad, debe usar todos los trajes de colores claros y una que otra vez de color oscuro con pocas repeticiones sin caer en la exageración. El negro no es recomendable para los jóvenes y menos para los infantes sean menoras o menores. Fuerzas incógnitas que atentan contra la alegría y la misma intrepidez de quienes no han pasado los 25 años, han inyectado como moda el color negro en los trajes. Esa es una costumbre infame y no la podemos seguir permitiendo y/o tolerando. Tanto el brillo como la elegancia y vivacidad se pierde al usar el color negro cuando vestimos a los infantes.
El gusto que debe ser exquisito en esa edad pasa a ser algo añejo y sin gracia. Los adultos discretamente deben lograr que sus niños, niñas, adolescentes y jóvenes, luzcan radiantes, limpios, hermosos, preciosas y con belleza permanente. La naturaleza nos ofrece como despertar, una gama de colores que algunos llegan al infinito. Los uniformes de los colegios y escuelas, deben ser de colores vivos y nunca oscuros. El negro o aquellos colores que lo imitan deben desaparecer de las instituciones educativas. Cuando vemos a un grupo de jóvenes usando trajes oscuros con preferencia de “negro”, nos produce cierta nostalgia. Ellos se ven como “viejos” o ancianos que ya pasaron la edad del idilio y del romance. Cada etapa se debe respetar y no podemos mirar o palpar la belleza de igual manera en los unos y en los otros.
Por encima de la sabiduría, experiencia y respeto, está la belleza y la fortaleza del joven con sus variados colores claros y hasta transparentes. La mejor edad para enamorar a la media naranja oscila de los 18 y/o hasta los 30. Después de allí es más propaganda que realidad. Debemos saber que la vejez llega empezando los 40. Nadie ni nada pueden detener la edad. Quien cree que es joven después de los 50, está escribiendo su propia película de ficción y sus pies están sobre arena y lodo movedizo. Quien no es feliz y romántico en la juventud, ha perdido lo mejor aunque así también se vive. El anciano que desee ganarle al joven en fuerza y vivacidad, debe buscar ayuda en los bosques. Los árboles viejos dan buena sombra pero los pájaros no hacen allí sus nidos. Quien sabe de madera recomienda para leña a esos robles que ya pasaron de los 70.
Si los adultos lo desean pueden usar el color “arco iris” pero no sobre la piel de los infantes. Quien entrega una bandera “arco iris a un pequeño o pequeña, está haciendo el ridículo y está metiendo en la misma canasta a los inocentes que apenas empiezan a conocer la vida y las contradicciones. Colocar sobre el cuerpo de un menor de edad, camisetas, prendas o una bandera o figura que represente a un movimiento o partido político, deja ver que no estamos usando bien la inteligencia. Los infantes merecen nuestro apoyo, respeto y consideración.
Como dice la Santa Escritura: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”