Ese varón llegó como inmigrante de un país caribeño a una ciudad que mira al océano Atlántico. El forastero se presentó como “Pastor y enviado por Dios para hacer un llamado a los pecadores, ayudarles a salvar sus almas y llevarlos a todos al cielo”. El vestía traje de color blanco y plata. Su estrategia lo hizo imprimir miles de volantes y panfletos que los repartió como arroz chino sobre los desprevenidos caminantes, invitando a todos los creyentes a pertenecer a su Iglesia. Una excelsa e incauta viuda que tenía una bodega vacía cerca de la playa, le entregó el inmueble sin ningún documento. El le dijo: “Hija de Dios sabrá que los escogidos y enviados por el Altísimo, somos personas honorables, pulcras, sanas y decentes. También mi Señor le multiplicará con creces su capital, salud y tranquilidad”.
De todos los rincones de la pequeña urbe, llegaron a su improvisado laboratorio de fe, inmigrantes de todos los países caribeños y latinos. Una gran mayoría de ellos y ellas, en busca de ayuda divina para conseguir trabajo, salud, amor y vivienda. El terrícola mortal humano lo veían con una Biblia de color negro debajo de sus hombros y/o en las manos, todos los días paseándose por las playas y orando con los ojos al cielo a favor de los turistas que aceptaban de buena fe una oración en sus vacaciones.
A todos los hizo firmar “El Libro del Diezmo”. Debían darle el 10% de todas las ganancias mensuales en dinero para su Iglesia. “La Iglesia de Dios”. A los pocos meses presentó a su amada esposa y dijo: “Ella por fin consiguió la visa para reunirse con éste varón de Dios y de paso traer a mis hijos”. Les prohibió a sus seguidores que aumentaban cada Domingo, comer carne de animal porque según las revelaciones recibidas “a Dios le disgustaba”. Lo mejor era ingerir alimentos vegetales y él se los vendía. En vez de invertir en carne de animal, “lo mejor es darle ese dinero a la Iglesia del Señor” afirmaba. Cada vez que usaba un micrófono con pésima dicción y una horrible pronunciación y nefasta semántica, exclamaba: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!.
No habían pasado 6 meses de su iniciación, cuando compró su primer suntuoso carro y una pequeña casa lejos del centro de la metrópoli. A los dos años las escrituras de la bodega estaban a su nombre. Los parroquianos vieron como obreros de varias nacionalidades empezaban a construir un templo nuevo. Los fines de semana de vez en cuando lo reemplazaba otro de su mismo estrado y se perdía durante 7 o 9 días. Se decía que varias feligresas lo buscaban para ir a orar lejos de la ciudad. Sus dedos y cuello empezarón a lucir oro, plata y diamantes.
Pasaron 4 largos años y el supuesto líder ya tenia 7 sitios que él mismo llamaba “Iglesias”. Un miércoles reunió a la congregación y les dijo que haría una peregrinación a “Tierra Santa”. No podía de ninguna manera llevar a su familia porque era una misión encomendada por su dios y por las entidades celestiales que permanentemente lo visitaban”. Todo pasó sin contratiempos y otro nuevo líder lo reemplazó en su faena. Como cosas de la vida y de esas situaciones que a veces la mente humana no entiende, la verdad va llegando lentamente y la “justicia del Poderoso” se encarga de ayudar a esclarecerla.
Una familia de los seguidores del “hombre de Dios”, organizó un viaje de descanso a una isla cercana a la región. En forma separada y simultáneamente al viaje de quien se iba a misionar y a orar a la tierra que él consideraba santa. El esposo no había podido dejar de comer carne de res. Una vez arribaron al pueblo, buscaron en el nuevo lugar un restaurante para calmar el hambre y las ganas de ingerir el apetitoso y añorado alimento. Vaya sorpresa que se llevaron al estar ya sentados en la mesa y dentro de un pequeño cuarto privado desde donde se divisaba a todos los comensales del concurrido negocio. El famoso hombre de Dios, estaba en una de esas mesas con una hermosa dama de compañía y deleitaba entre besos, caricias, risas y música, un gran plato de carne asada a lo montañero y en brasas. También dos botellas de vino adornaban casi vacías el mantel de quienes parecían enamorados. La familia descubrió que el hombre se hospedaba desde hacía varios días en el mejor hotel del sitio y que el licor era algo normal en su dieta alimenticia.
Los esposos que observaban el panorama no lo podían creer. El mismo que les había prohibido comer la carne de animal estaba rompiendo las normas y lo que el mismo había pronunciado “la comunicación con Dios”. El mismo que les había hablado de adulterio y de otras cosas, estaba dando una escena que parecía de película y de amantes. La familia canceló la cuenta y salió rumbo al hotel y llamó a la esposa del “hombre de Dios” la que llegó después de tres horas del suceso en un vuelo súper rápido.
Se armó la obra de teatro y se truncó la tal iglesia. La mujer que él había presentado como esposa anteriormente, dijo la verdad: “Yo soy una mujer casada con otro hombre. Lo abandoné por este pastor a quien consideraba un varón excelso y quien me iba a dar una mejor vida. Estoy arrepentida pero ya es demasiado tarde. Mi esposo murió de pena moral por mi imprudencia”. Los turistas regresaron a la pequeña capital y narraron la historia a todos los feligreses del mentiroso. Se derrumbó la iglesia y nadie regresó al lugar. La viuda rescató su propiedad al saber que el hombre la había engañado.
Todo volvió a la “normalidad” y el pastorcito mentiroso aún no se sabe en que lugar está. Ojala que otros y otras abran sus ojos para no caer en manos de esta clase de estafadores y farsantes. Los enviados de Dios nada prohíben. Todo lo enseñan con ejemplo y sin fanatismo de ninguna naturaleza. Tengamos miedo de esos que se consideran sabios o santos. La palabra dice: “Hijitos míos huyan del peligro y retírense de esas cuevas de perdición y muerte”.
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